jueves, 30 de octubre de 2014

LOS KENNETH


   Lewis y Alice Kenneth decidieron emprender viaje de placer rumbo a New York para celebrar su aniversario. Al embarcar en el Titanic, en Southampton, se alojaron en la cubierta B de primera clase, en el camarote 202.

—¡Qué bien! –dijo Alice– capicúa y con números pares, me gusta.

   Quizás fue lo único que les agradó porque el té nunca estaba en su punto.

   Pasaron los primeros días de navegación entre el salón de lectura, los cócteles, la cafetería y la cubierta de paseo. Por la noche, tras la cena, tomaban un cóctel mientras escuchaban las piezas de la orquesta a la que no dudaron en augurar fama futura.

   Al cuarto día de navegación, después de cenar, se retiraron pronto a dormir. Se encontraban cansados después de un día de intensa actividad social.

   Casi a media noche un ruido seco sobresaltó a Lewis que preguntó a su esposa por su origen. Alice, semidormida, le contestó:

— No sé, cariño, pensé que era uno de tus ronquidos.

   Poco después oyeron el sonido de la orquesta. Parecía que habían subido el tono de sus notas. Ya casi habían retomado el sueño cuando sus camas se inclinaron de forma brusca y tuvieron que cogerse fuertemente al cabezal para no caer. Pero lo peor fue unos minutos después, cuando empezó a entrar agua por debajo de la puerta, procedente, sin duda, de alguno de los conductos del barco.

   No debieron quedar los Kenneth muy satisfechos del crucero, porque no se tiene conocimiento de que nunca más volvieran a viajar con la misma compañía.


(Relato seleccionado para publicación en el II Concurso de Relatos Cartas de "Mi Viaje" de Letras con Arte).





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