Aquella tarde llegó a Benixell el cuerpo de Anselmo; tendido sobre la grupa de un mulo, con impactos en rostro y pecho, y flanqueado por dos guardias civiles. Desde hacía más de un lustro se cobijaba en las montañas, alimentándose de la caza que se procuraba con trampas artesanales. También bajaba, a veces, a las huertas del valle a llenar a escondidas su zurrón con frutas y verduras. O una bota de vino o una hogaza de pan que los labriegos olvidaban junto al aljibe. Su presencia parecía pasar inadvertida pero, desde aquella tarde, nunca nadie volvió a olvidar nada.
(Relato finalista en el concurso Wonderland, de Radio 4).
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