Su intensa vida social les proporcionaba una envidiable red
de relaciones, que les permitía alternar, con frecuencia, con la aristocracia
de la época. No había acto social de cierta relevancia en que no figuraran entre los invitados. Ya se comentaba en estos
ambientes que el Sr. Gilford podría ser nombrado Lord próximamente.
Ni en el ámbito familiar, ni en el social, ni tan siquiera entre
la propia servidumbre de su mansión de Strafford Park, se comentó nunca la
menor desavenencia entre los Gilford. Únicamente cuando, varios años atrás, dejaron
de compartir la alcoba, se pudo dar pie a rumores de problemas en la
convivencia, pero la justificación en los desvelos nocturnos de ella los
evitaron.
En la alargada mesa del salón principal, sentados distantes uno
frente al otro, la doncella les servía el almuerzo. El mayordomo, discretamente
situado junto a la puerta, supervisaba el servicio. El Sr. Gilford se dirigió a
su esposa:
-
Cariño, ¿qué harás esta tarde?.
-
¡Oh, Peter!. Sabes que todos los jueves tengo la reunión de The White Heart
Ladys. Estamos preparando la campaña de Navidad para ayudar a los niños
huérfanos de Sheffield. ¿Y tú?, ¿irás al Polo Club?.
-
Sí, estoy citado allí con Andrew Mc Gregor; tiene un proyecto de inversión en
plantaciones de té en India y me lo va a explicar por si nos interesa
participar.
Una leve mueca, casi imperceptible, que podría ser el inicio
de una suave sonrisa, alteró ligeramente el rictus de los labios de Susanne.
Desde hacía tres meses se veía con Andrew, cada jueves, en una hospedería
discreta a la salida de Chelsea. Estaba segura de que el señor Mc Gregor no
faltaría hoy al encuentro semanal, era un caballero.
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