A muy temprana edad, Casimiro perdió la vista por una degeneración macular. Ello hizo que desarrollara extraordinariamente sus otros sentidos. Así, en los conciertos era capaz de captar notas que otros melómanos, ensimismados en la batuta, no podían percibir. Con el olfato y el gusto se ponía al nivel del mejor sumiller. En cuanto al tacto, en su profesión de masajista erótico, Casimiro tenía listas de espera muy superiores a las de la Seguridad Social.
(Relato finalista en el XI Maratón de Microrrelatos de Sevilla).

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