Con el tiempo, el sexo prohibido resultaba tan fácil que la pareja de amantes empezó a caer en la rutina. Fue entonces cuando, por recuperar el atractivo de su infidelidad, buscaron en el riesgo el encanto que habían ido perdiendo. Así, una felación en un confesionario en misa de doce, el misionero en el coche aparcado en doble fila en la Gran Vía, el carrete en un probador de El Corte Inglés o un sesenta y nueve en el ascensor de la Torre Picasso, se convirtieron en prácticas de alta liberación de adrenalina. Llegaron hasta la temeridad de participar en un «reality» con sexo explícito ante las cámaras y la alta posibilidad del descubrimiento por sus respectivos cónyuges. Pero estos no se enteraron; por ese entonces se encontraban los dos practicando sexo, colgados de una pared, en una ascensión al Annapurna.
(Relato presentado al concurso del blog Esta Noche Te Cuento)
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