La vieja Celestina gustaba de recopilar, en una libreta de tapas de hule negro –quién sabe para qué beneficio futuro–, los acomodos amorosos que conseguía amañar. Y más empeño ponía cuanto más disparatada parecía la componenda. Siempre andaba de aquí para allá con sus urdimbres a recoger o entregar encargos. De palacetes a conventos, de caballerizas a tugurios, de luminosos salones a oscuras alamedas. Portaba en el refajo ora una misiva, ora una flor, ora una dádiva, ora una prenda, ora un ungüento que consiguiera atrapar voluntades y permitiera copular a un príncipe con una lavandera, a un palafrenero con una doncella, a un alabardero con una mesonera o a un franciscano con una clarisa. Incluso, si se terciaba, a un pastor alemán con un gran danés; y solo uno de ellos de raza canina.
(Relato mencionado en el concurso del blog Esta Noche Te Cuento. Tema: Coleccionismo).
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