En cuanto empiezan los lentos acordes de una melancólica balada, se cierra suavemente sobre sí mismo. Primero pliega sus extremidades sobre el torso, después encoge y dobla la cabeza integrándola en el pecho. Finalmente, recubre con grasa, músculo y piel los huecos que sus vísceras han liberado al comprimirse, hasta quedar convertido en un gurruño del tamaño de una pelota de tenis. Más tarde, al cesar la música y los aplausos, vaciarse la sala y apagarse las luces, los del servicio de limpieza lo recogen en una bolsa y, junto a globos, farolillos y banderitas, antes de marcharse a casa, lo depositan en el contenedor, frente al penal ya cerrado.
(Relato finalista en el concurso EntCerrados, del blog Esta Noche Te Cuento. Requisitos: empezar por EN y terminar por CERRADO).
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