Apenas falta media hora para el final del viaje y, como guía y responsable del grupo, recorro cada vagón haciendo recuento, despidiéndome de todos y dando las últimas recomendaciones. Algunos se encuentran en el vagón cafetería celebrando el regreso, el resto en sus asientos, charlando, leyendo o repasando las curiosidades del programa para contarlas a los familiares que les esperan en la estación. Esta vez vuelvo satisfecha. Las impertinencias han estado por debajo de la media. Solo dos llamadas al médico; una por el típico empacho de bufé y otra por olvido en la toma de las pastillas del azúcar. Al margen quedan las habituales quejas por la calidad de las comidas o por el abusivo precio de las excursiones opcionales.
Cuando llego ante Arcadio y Carmena, septuagenarios que dormitan abrazados, no puedo evitar una sonrisa de ternura. Recuerdo que llegaron solos y se conocieron al comenzar el viaje. Congeniaron enseguida. Al venir desparejados, les tocó compartir asientos en autobuses y mesas en restaurantes. También bailes en las verbenas nocturnas. Habitación solo durante los últimos tres días. Cierto celo profesional me inspira un esperanzado deseo: «Lo que el Imserso ha unido que no lo vayan ahora a separar sus cónyuges».
(Relato presentado al concurso del blog Esta Noche Te Cuento e inspirado en la fotografía de Vivian Maier que lo acompaña).
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