Aunque buena persona, Belarmino tenía un pronto que le perdía. Él se ocupaba de mí cuando de tener sombra en la playa se trataba. Aquel día, antes de abrirme, se le acercó el alguacil para indicarle que allí estaba prohibido y que tendría que desplazarme unos metros.
–No puede ser verdad, Paco –dijo Belarmino.
–Tan cierto como que me llamo Francisco –contestó aquel marcando distancias.
Cuarenta minutos estuvieron discutiendo a pleno sol, hasta que el propio municipal me llevó, con paso indeciso, hasta el lugar permitido; eso sí, atravesada en su cuello. Aunque después lo intentó, Belarmino no consiguió abrirme.
(Relato finalista en el concurso del Club de los Paraguas Perdidos. Tema: sombrilla como personaje).
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