Marisa Urbieta siempre fue a la última. Ya frisa en los setenta, pero nunca ha dejado de estar chic o «cool», según la época. Aunque jamás le faltaron pretendientes, ni antes ni ahora, no aceptó más ataduras que las de sus dedales, agujas e hilos. Empezó de modistilla y, casi sin darse cuenta, mutó lingüísticamente a costurera, ya en democracia. Por antiguas revistas que gustaba hojear, observó que la moda era recurrente, que volvían a la actualidad estilos que causaron furor en otros tiempos. Ello la indujo a conservar las prendas que retiraba de uso. Así, cuando aparecía una nueva tendencia, rebuscando en el armario solía encontrar algo que bordándole un adorno, tocando el dobladillo o quitándole el cuello, lo alineaba de nuevo con la tendencia. Sin embargo, esta vez la cosa estaba chunga. Dar con esos vaqueros rotos, que mostraban más piel que tejido, no sería fácil. Aunque en el ropero no le faltarían jeans, desde luego ninguno con boquetes guardaría. Y su vista ya no le permitía recurrir a los útiles de coser para hacer un apaño. Sin embargo, buscó y logró que su prestigio quedara incólume. Solo Marisa sabe que gracias a unas aliadas inesperadas: las polillas.
(Relato presentado al concurso del blog Esta Noche Te Cuento . Tema: la moda).
Buena apuesta Rafa y un final inesperado.
ResponderEliminarBesicos muchos.
Las polillas, nunca se las espera.
EliminarGracias, Nani.
Muchos besicos.