Desde que el mundo es mundo ha sido siempre así, a pesar de lo que digan los científicos y lo que la gente esté dispuesta a creer a las primeras de cambio: mares y océanos suministran el agua a los ríos, y no al revés.
Don Ireneo Ripalda, afinador de cítaras y presidente de la Comunidad de Propietarios del número 12 de la calle Ventresca, así lo tenía comprobado desde el tiempo de los sabañones. Por efecto de la presión atmosférica y del principio de flexibilidad expansiva del agua, esta experimenta una especie de ósmosis inversa que la hace ascender por ramblas, cañones y quebradas. En su recorrido, por rozamiento con el limo del lecho del cauce y cierta fuerza gravitatoria, va dejando en el fondo las partículas de sal y otros cuerpos molestos, como piedras preciosas, preservativos y botes de cerveza, de modo que, cuando alcanza el punto de si lo sé no vengo, también conocido como nacimiento, el agua gira y se vuelve por donde ha venido. Si bien, ahora es dulce y se desliza por encima de la corriente ya descrita, que transita en sentido contrario y ascendente. Este proceso, según don Ireneo, explicaría la calidad y pureza de las aguas fluviales, tanto mayor cuanto más próxima a la superficie es extraída, y sus indudables efectos beneficiosos para una suave digestión y un cutis lozano.
Ripalda, de natural modesto y reservado, solo participaba sus descubrimientos a personas de la máxima discreción y confianza, como la señora del puesto de castañas de la esquina o los miembros de la sociedad española de micología. Y también lo hizo, por razón de fuerza mayor, en la reunión extraordinaria de vecinos del pasado septiembre, tres días después de que el edificio hubiera zarpado de su histórico enclave con rumbo noroeste y velocidad de quince nudos. Ocurrió como consecuencia de otra riada, cada vez más frecuentes e intensas desde el pasado siglo XXI, que ocupó a los medios de todo el país durante un par de semanas. Tras tres jornadas de navegación, la recientemente remozada construcción fondeó frente a las islas Chafardinas, circunstancia que fue aprovechada para celebrar junta de vecinos en los garajes del sótano que, dicho sea de paso, no presentaban más humedades de las habituales por esas fechas. Don Ireneo tuvo la oportunidad de echar mano de su teoría para explicar el fenómeno de la riada con profusión de datos, fórmulas y abundante bibliografía, relacionándolo con el lógico desequilibrio de flujos al coincidir la luna llena con el alineamiento de Urano, Saturno y Gamínedes, suceso que se repite cada trescientos doce años. La exposición fue seguida con la atenta y rendida admiración de toda la comunidad, sin preguntas ni peticiones de aclaración de dudas. A continuación, se debatió sobre el color de los toldos más adecuado a la nueva situación, con división de opiniones entre el azul cielo y el verde mar, también sobre la propuesta de repulsa hacia el régimen déspota y opresor de Fangolandia y, de nuevo, sobre las habituales quejas de la vecina del tercero derecha respecto de la del quinto centro a cuenta de que siempre tendía la ropa chorreando. Ripalda levantó la sesión sin acuerdo ninguno, como era habitual desde que el mundo era mundo.
(Relato presentado al concurso de Zenda e Iberdrola sobre el cambio climático #COP25).
Gran, gran historia!!.Enhorabuena y suerte.
ResponderEliminarCoral.
Gracias, Coral. Celebro que te haya gustado.
EliminarUn abrazo.