Allí estábamos, cada uno ofreciendo lo mejor de sí mismo con su apariencia, insinuando que nuestro interior merecía la pena y la apuesta lo valía, esperando que alguien nos escogiera para pasar gratos momentos. No éramos ingenuos, no aspirábamos a una relación duradera, ni siquiera fiel, tan solo nos conformábamos con dejar un recuerdo perdurable, y, todo lo más, repetir el encuentro en otra ocasión. Quizás, también, alguna recomendación a terceros.
Aquella mujer de gafas, mediana edad, con aspecto de intelectual, parecía indecisa. Nos miró a cada uno con aire de examinadora, imaginando, sin duda, prometedores ratos de goce y placer. Esta vez tuve la fortuna de que me eligiera a mí. Me llevó a su nido y, bajo una íntima luz, sus manos me poseyeron y sus ojos me exploraron centímetro a centímetro. Por su cara y sus gestos percibí que estaba encontrando en mí mucho más de lo que había podido suponer. Cuatro días de intervalos intensos duró nuestra aventura. Después, me devolvió a mi lugar en el anaquel. Ahora, espero otro lector.
(Relato finalista en La Radio en Colectivo).
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