martes, 12 de junio de 2018

CUAL PARA TAL

Los payasos acaban su actuación y las luces se apagan. Tras unos redobles de tambor, se hace el silencio y el Director del Circo –bigote amplio, simétrico, ondulado y con tendencia ascendente, sombrero de copa a juego con camisa de seda brillante con doble solapa, charreteras y botones en formación, pantalones bombacho y botas de montar– anuncia el espectáculo estelar. Un haz de luz descubre la gran bombarda situada más allá de la pista central. A continuación, el foco ilumina el otro extremo en el que aparece, bella y escultural, la Mujer Bala. La pequeña orquesta acomete los compases de una pieza con sones más épicos que líricos y la dama se desplaza, pausada y majestuosa, hasta el centro de la pista donde un ayudante, surgido de la penumbra, le ayuda a deshacerse de capa, guantes y corona. Después, ya recuperada la luz ambiental, se dirige hacia el artefacto artillero; antes de introducir su cuerpo en la negra boca, y mientras el asistente carga la pólvora, ella saluda al enfervorizado público deteniendo su mirada en las últimas filas de la grada lateral. Algo ha llamado su atención. Se vuelve y da unas órdenes claras y precisas al auxiliar que, sorprendido, obedece añadiendo algo más de materia explosiva y modificando en quince grados el ángulo de dirección del disparo. 

En unos segundos, un estruendo seco y potente, que precede a una humareda gris, la catapulta hacia las alturas, describiendo una parábola perfecta en la que ejecuta un escorzo con doble tirabuzón que la deposita suavemente en los brazos de un hombretón joven, atractivo y guapetón. Lo que se diría un hombre cañón.




(Relato finalista en el concurso del Diari de Terrassa).

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