Hace años que murió, si es que alguna vez llegó a nacer. Juan, sevillano según dicen, ronda siempre por la puerta del cementerio. No pide nada, solo se dirige a quienes llegan a visitar a sus difuntos y les regala una de sus sentencias, como «Aprendió tantas cosas que no tuvo tiempo para pensar en ninguna de ellas», o «Un pedagogo hubo; se llamaba Herodes»; pero como son franceses, no entienden nada y se limitan a saludar con una sonrisa y a proseguir su camino, habituados ya a su presencia educada e inofensiva. Sin embargo, cuando quienes llegan con flores en las manos son españoles, circunstancia nada infrecuente, sí reconocen su «Ayudadme a comprender lo que os digo y os lo explicaré más despacio», seguido de «¿Comprendéis ahora por qué los grandes hombres solemos ser modestos?» con que les obsequia. Se emocionan, conversan con él, le llaman por su apellido, De Mairena, le oyen despedirse diciendo «No hemos de incurrir nunca en el error de tomarnos demasiado en serio», y se congratulan de haber venido hasta Collioure.
(Relato finalista en la VIII Microquedada Relatista celebrada en Sevilla. Personaje sevillano asignado: Antonio Machado).
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