La temperatura iba subiendo significativamente y la respiración se sustentaba en suspiros cada vez más cortos y frecuentes. Por aliviar la angustia, empecé a recordar mentalmente las canciones de Dylan hasta que letras, notas e imágenes se hicieron un gurruño que fortalecía mi resistencia. A partir de que abrieran el féretro, ya nadie volvería a llamarme nenaza.
(Relato presentado al concurso Relatos con Banda Sonora, de la SER, sobre un tema de Bob Dylan).
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