Reparé en él nada más entrar en el salón de aquella fiesta. Notaba que me seguía con la vista por donde quiera que me moviera. Ni siquiera desviaba sus mirada cuando yo se la sostenía. Me observaba con un descaro provocador y desafiante. Sentí tanta incomodidad que decidí poner fin a tal incordio. Me fui hacia él y le descargué, con todas mi fuerzas, un puñetazo en el rostro. Me produje varios cortes en la mano, pero él se desmoronó con estruendo deshecho en mil pedazos, desde cada uno de los cuales seguía mirándome. Ahora con cara de sorpresa.
(Relato finalista semanal en Relatos con Banda Sonora, de la SER).
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