Indefectiblemente, cada viernes, a media tarde, recibimos el habitual ataque. Primero con la descarga furiosa de agua templada que provoca desbocados torrentes cuyo arrastre debemos evitar. En un principio pensamos que era cosa de la naturaleza, pero su repetición sistemática cada siete días nos llevó al convencimiento de que se trata de una acción premeditada y hostil. Afortunadamente, vivimos en un medio muy frondoso y podemos agarramos a troncos o tallos y esperar a que escampe. Antes de que desaparezcan los últimos riachuelos, llega la descarga química que nos cubre de una espesa espuma de la que nos protegemos aguantando la respiración. A continuación, otra lluvia torrencial, y de nuevo toca aferrarse a un plantón seguro. Tras las últimas gotas, el enemigo repite su estrategia de cada semana y provoca vientos de fuerza ciclópea con la intención inequívoca de expulsarnos del territorio por los aires. Por último, tratan de gasearnos. Una nube tóxica que entumece temporalmente fauna y flora se expande por nuestra selva; adheridos a la corteza aguantamos. Siempre sufrimos algunas bajas pero en la siguiente acometida ya somos muchos más. Así que no, no va a ser fácil acabar con nuestra prolífica comunidad de liendres y piojos.
(Relato presentado al concurso del blog Esta Noche Te Cuento, inspirado en la foto de Víctor Lax que lo acompaña).
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