Ambos eran impulsivos y de fuerte carácter, pero también personas de palabra y honor. Por eso, una vez que hubieron aceptado el reto, la vuelta atrás resultaba impensable.
Con las primeras luces del día, puntuales a la cita y acompañados de sus respectivos padrinos y unos pocos testigos, fueron llegando a las inmediaciones de la antigua ermita. Ninguno de los dos podía evitar que cierto nerviosismo aflorara en sus gestos más sutiles ante la transcendencia del momento. Aun cuando trataban de aparentar sosiego, sus miradas húmedas, manos dubitativas y labios temblorosos delataban su estado emocional.
En tono firme y severo, un señor mayor, que ejercía de oficiante, realizó las admoniciones previas y de ritual ante la tensa expectación de todos los presentes, sin olvidar la advertencia de que la duración sería hasta la muerte de uno de ellos.
Hoy, cincuenta años después, podemos contar que ambos aún sobreviven. Nadie lo habría pensado en aquel momento crucial en que, antes de iniciar sus pasos, el ceremoniante les dijo: «Yo os declaro marido y mujer».
(Relato seleccionado en el II Concurso La Redonda te Cuenta. Tema: Los Duelos).
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