Hacía días que observaba al dubitativo Don Diego cavilando sobre dimensiones, luminosidad, colores y composición, cuando no esbozando bocetos que nunca le terminaban de complacer. Fue en un arrebato de impaciencia cuando me apoderé de sus pinceles y paleta de pinturas. Enseguida, y con extrema rapidez, plasmé sobre el lienzo, con trazos precisos y seguros, una de las obras que le harían inmortal y le granjearían el favor del Rey y la admiración de la Corte. Tuve la deferencia de no olvidar incluirlo en el cuadro con las mismas herramientas en la mano que, en ese momento, yo manejaba con gusto y destreza. Y aunque no lo firmé, ni siquiera con mi huella, dejé muestra de mi autoría representándome, con el gesto sereno y satisfecho de quien ha hecho un buen trabajo, tumbado a cuatro patas delante de las meninas.
(Relato presentado al concurso del blog Esta Noche Te Cuento. Tema: perros y gatos).
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