Por su actividad, recibía paquetes con frecuencia y el repartidor, en la entrega, siempre le dejaba manchas entre los dedos. De harina si era por la mañana, aunque a veces de canela. En los repartos de la tarde, la mancha podía ser de aceite de motor, de líquido de frenos o de grasa lubricante. Sin embargo, en la distribución de la noche, el oscuro rodal, indefectiblemente, era de sangre.
(Relato mencionado en el IV Concurso Realidad Ilusoria del blog de Miguel Ángel van Page).
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