Nació en 1689 con toda normalidad, producto de una fluvial e intensa relación sentimental entre sus progenitores, un macho y una hembra de ornitorrinco común.
En sus primeros meses de vida, nada le diferenciaba de sus hermanos ni de otros individuos de la misma especie, pero fue a partir de cumplir su primer año cuando su cuerpo empezó a experimentar la transformación que derivó en su conversión en lo que hoy conocemos por humano.
El prestigioso científico H. J. Miller, de la Universidad de Standford, desarrolló, muchos años después, una teoría según la cual la causa de esta mutación pudo deberse al hecho de que los padres militaran en un movimiento en favor de una alimentación más sana, alejada del menú tradicional a base de insectos, camarones y cangrejos de río. Ello les llevaría a nutrir al pequeño ornitorrinco con otros platos entre los que predominarían los espaguetis boloñesa, el bacalao al pil pil o el chuletón Villagodio, lo que, sin duda, activaría los cambios en su metabollismo hasta convertirlo, bajo todos los aspectos anatómicos y neuronales, en una persona. No existen, hasta el momento, otros estudios que contradigan las conclusiones de Miller.
Llegados a este punto, y ante la exigencia de empadronarlo en su lugar de residencia, se planteó la necesidad de darle un nombre. Como los padres se inhibían en esta cuestión y cambiaban de conversación cada vez que se abordaba el tema, tuvo que intervenir la Sociedad Protectora de Personas Humanas para, por vía judicial, conseguir su registro con el nombre de Blas de Lezo.
Su infancia transcurrió con la normalidad que cabe suponer en estos casos, si bien, sus orígenes semiacuáticos parece que le inclinaron a sentirse atraído por el mar y labrar su futuro como marino, consiguiendo embarcar en la armada española a los doce años y alcanzando con el paso del tiempo el grado de Almirante.
Fuera porque el rancho en el mar, a base de mucho arenque, mucho molusco y mucho insecto, empezara a parecerse al de sus ancestros, fuera porque ya habrían caducado los efectos de las pastas, el pil pil y las carnes a la brasa, el caso es que nuestro Blas empezó a notar un proceso de reversión lento pero constante. Primero fue la pierna izquierda que se retrajo sobre sí misma hasta desaparecer a la altura de la ingle. Aprovechando que el hecho coincidió con la batalla de Vėlez-Málaga ante la flota inglesa, a Blas no le fue difícil atribuir la pérdida a un cañonazo enemigo. Lo siguiente fue el ojo siniestro, que también se fue diluyendo hasta desaparecer. Lo relacionó con el impacto de una esquirla durante la defensa de la fortaleza de Tolón. Y algo después, fue el brazo derecho el que empezó a dar muestras de iniciar su descomposición. Lo justificó en un supuesto disparo de mosquete. Parecía evidente e irreversible la vuelta a su original condición de ornitorrinco, pero Blas de Lezo no quería que ello empañara su brillante historial militar.
La última vez que se le vio fue navegando por Cartagena de Indias, cerca de la desembocadura del río Magdalena. Aunque se dijo que desapareció por la peste, probablemente fue por la querencia.
#HistoriasdelaHistoria
(Relato presentado al concurso de Zenda con el tema Historias de la Historia).
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