Cuando empecé a escribir este relato, en la soledad de mi estudio, tuve la firme certeza de que alguien invisible escrutaba cada letra, cada palabra, cada párrafo que emergía en la pantalla al ritmo de mi tecleo. De que se regodeaba con gestos de desaprobación cuando no de burla. Algo agobiado al sentirme vigilado, me obligué a repensar cada idea antes de transformarla en texto. Ni siquiera la seguridad de que podría retroceder y corregir me procuraba sosiego, porque ello pondría en evidencia mis titubeos y daría al observador una información sobre mí mismo que no me apetecía exhibir. Me ruborizaba, sobre todo, que ese desconocido pudiera acceder a mis pensamientos inconfesables, esos que con frecuencia disfruto escribiendo para luego borrar y nunca publicar.
Después de mucho elucubrar sobre la posible identidad del espía, llegué a la inequívoca conclusión de que se trataba del narrador omnisciente, no podía ser otro.
–No le hagas caso, querido lector, yo te puedo asegurar que ni siquiera me encontraba presente en el momento de los hechos.
(Relato presentado al concurso del blog Esta noche Te Cuento. Tema: confusión y vergüenza).
No hay comentarios:
Publicar un comentario